Cecilia Juárez da Muerte para el coño dorado de Lavernia
Poemario visceral y rítmico con el destello de la verdadera literatura
Blanca Ocampo / Toluca
Primera de dos partes
“En esta selección de poemas, Cecilia nos regala un grato momento de lúbrica lectura”, dice la contraportada del libro ‘Muerte para el coño dorado de Lavernia’ de Cecilia Juárez, publicado por el grupo independiente Mirabais y que fue presentado recientemente en el Centro Cultural del ISSSTE, ubicado en pleno centro de la ciudad de Toluca.
A la cita anterior cabe agregar: para la fortuna de las letras que se hacen aquí, donde muchos, con inocencia desvergonzada, se jactan de ser escritores y publicar sin reparar en que la literatura no es cualquier cosa, sino arte concretado a través de la palabra. Y Cecilia sí es de las pocos valores surgidos en este lugar de nuestra entidad a quien se les debe una atenta lectura.
Luego de la presentación, IMPULSO platicó con la joven autora egresada de la licenciatura en letras latinoamericanas de la Universidad Autónoma del Estado de México.
¿Cuál es la característica más preponderante de tu poemario?
Es muy visceral porque en aquel momento tenía un desgarramiento interno, pautas de ignorancia absoluta acerca de la situación de regresar al vientre materno a través de otras interpretaciones que podría ser cualquier mujer que te encontraras.
Formalmente creo que hay una intención en el ritmo y dentro de todo lo que pueda confabularse con las palabras…
Claro, el ritmo surge: piensas y automáticamente ese pensamiento tiene pulso propio. Desde luego, en el trabajo de taller se tiene que ir perfeccionando y puliendo y lo que queda es la idea pero con un caparazón más sólido. Eso fue lo que sucedió, tuve que estarlo tallereando a lo largo de un buen rato para que lograra lo que según yo quería lograr.
Has incursionado también en la narrativa, de hecho fue lo primero que te conocimos, ¿cómo te sientes ahora en este terreno de la lírica?
Inicialmente sí fue la narrativa, pero después comencé a ver las ventajas de la poesía. Decía Cortázar que en el cuento uno gana por el número de rounds, pero en la poesía uno gana por nockout. Tiene que ser algo mucho más condensado y mucho más denso para dar un golpe más certero de una sola vez. Al principio era complicado porque yo pensaba en mi adolescencia que aquellas cosas que uno escribía cortándolas a mitad de renglón y siguiéndolas abajo eran poemas. Después descubro en mi primer taller, cuando tenía 17 o 16 años, que era totalmente falso, que para nada eso era poesía, que era una pinche blasfemia gacha. Y después me dicen es que tienes que leer y comienzo a leer a los auténticos poetas, y ya que conozco a un Gonzalo Rojas, a un Vicente Huidobro, a un Oliverio Girondo, a un Benedeti, a un Julio Cortázar, un Quevedo, un Borges, dices ¡puta, la verdad es que estaba haciendo pura patraña! Y comencé a ver que entonces el sentido auténtico de la poesía estaba en que tenías que condensar, crear una imagen absoluta como en los hai ku, donde solamente 3 versos te daban un panorama extensísimo, no sólo físico, sino también de sentimientos y de lo que tuviera que ser. Una vez leí uno de Bishop que decía “como la almeja en dos balvas me parto de ti con el otoño” y dije ¡puta, qué he estado haciendo todo este tiempo! No hice nada y empecé a replantear todo ese rollo, entonces comienzo intentando primero hacer florecer algo, hacer que algo se entendiera e ir más allá del cortar los renglones a la mitad para que pareciera un poema y empieza a surgir lo más importante que es la cuestión del ritmo, el ritmo y el sentido, y una vez que empecé a medio lograr eso, queda pulirlo.
Has trabajado en talleres, ¿en cuáles y cuál ha sido tu experiencia?
No sé para otros, pero para mis amigos cercanos sí fueron importantes. Inicié en un taller de la casa de cultura de Toluca y llegué primero con cuentos muy explosivos y básicos, con una estructura absolutamente clásica y llegando a pensar que ¡no manches, está muy chingón! Y una vez que recibes la crítica es el primer golpe al ego; es decir, si has leído más cosas sabes que esto no es ni por asomo una verdad a medias (…) Después empecé a asistir al taller en Urawa, y sí fui un poco más regular, ahí pasamos por varios talleristas porque cada semana llevaban uno nuevo, entonces estuvo Ostoa, Verónica Olguín, Esteban Reynoud, Eduardo Osorio (…) Era positivo porque te encontrabas observaciones que no se habían dado antes, pero al mismo tiempo no podías darle un seguimiento a tu chamba porque cada semana era alguien diferente, aunque también fue muy constructivo. Lo constructivo de los talleres creo que es conocer opiniones diferentes y ver también distintos puntos de vista para no convertirte a ti mismo respecto a tus textos en algo demasiado egocéntrico y que es una tendencia bien absoluta, siempre que escribimos decimos ¡ah, no mames me quedó bien chingón!, y se te pasa esa etapa del enamoramiento con el texto y descubres que claro que no, que tiene defectos: como tiene unas poquitas de virtudes, también tiene un montón de defectos que son lo mejor, corregibles, y lo peor desechables. Después comencé a buscar otros talleres, pero la verdad es que no los encontré adecuados. Fui a Urawa entre semana, fui a dar a casa de cultura, al Centro Toluqueño, pero hasta después fue que encontramos un espacio autónomo que conformamos entre Verónica Zamudio, Alonso Guzmán, Demian Marín y yo hace como unos 4 o 5 años en el Centro Toluqueño de Escritores, no tenía nada que ver con el centro porque únicamente éramos nosotros más algunos agregados culturales que llegaban de vez en cuando y hacíamos un taller en el sótano. Después perdimos ese espacio, no sé por qué, y empezamos a hacerlo entre nosotros, como antes.
Blanca Ocampo / Toluca
Primera de dos partes
“En esta selección de poemas, Cecilia nos regala un grato momento de lúbrica lectura”, dice la contraportada del libro ‘Muerte para el coño dorado de Lavernia’ de Cecilia Juárez, publicado por el grupo independiente Mirabais y que fue presentado recientemente en el Centro Cultural del ISSSTE, ubicado en pleno centro de la ciudad de Toluca.
A la cita anterior cabe agregar: para la fortuna de las letras que se hacen aquí, donde muchos, con inocencia desvergonzada, se jactan de ser escritores y publicar sin reparar en que la literatura no es cualquier cosa, sino arte concretado a través de la palabra. Y Cecilia sí es de las pocos valores surgidos en este lugar de nuestra entidad a quien se les debe una atenta lectura.
Luego de la presentación, IMPULSO platicó con la joven autora egresada de la licenciatura en letras latinoamericanas de la Universidad Autónoma del Estado de México.
¿Cuál es la característica más preponderante de tu poemario?
Es muy visceral porque en aquel momento tenía un desgarramiento interno, pautas de ignorancia absoluta acerca de la situación de regresar al vientre materno a través de otras interpretaciones que podría ser cualquier mujer que te encontraras.
Formalmente creo que hay una intención en el ritmo y dentro de todo lo que pueda confabularse con las palabras…
Claro, el ritmo surge: piensas y automáticamente ese pensamiento tiene pulso propio. Desde luego, en el trabajo de taller se tiene que ir perfeccionando y puliendo y lo que queda es la idea pero con un caparazón más sólido. Eso fue lo que sucedió, tuve que estarlo tallereando a lo largo de un buen rato para que lograra lo que según yo quería lograr.
Has incursionado también en la narrativa, de hecho fue lo primero que te conocimos, ¿cómo te sientes ahora en este terreno de la lírica?
Inicialmente sí fue la narrativa, pero después comencé a ver las ventajas de la poesía. Decía Cortázar que en el cuento uno gana por el número de rounds, pero en la poesía uno gana por nockout. Tiene que ser algo mucho más condensado y mucho más denso para dar un golpe más certero de una sola vez. Al principio era complicado porque yo pensaba en mi adolescencia que aquellas cosas que uno escribía cortándolas a mitad de renglón y siguiéndolas abajo eran poemas. Después descubro en mi primer taller, cuando tenía 17 o 16 años, que era totalmente falso, que para nada eso era poesía, que era una pinche blasfemia gacha. Y después me dicen es que tienes que leer y comienzo a leer a los auténticos poetas, y ya que conozco a un Gonzalo Rojas, a un Vicente Huidobro, a un Oliverio Girondo, a un Benedeti, a un Julio Cortázar, un Quevedo, un Borges, dices ¡puta, la verdad es que estaba haciendo pura patraña! Y comencé a ver que entonces el sentido auténtico de la poesía estaba en que tenías que condensar, crear una imagen absoluta como en los hai ku, donde solamente 3 versos te daban un panorama extensísimo, no sólo físico, sino también de sentimientos y de lo que tuviera que ser. Una vez leí uno de Bishop que decía “como la almeja en dos balvas me parto de ti con el otoño” y dije ¡puta, qué he estado haciendo todo este tiempo! No hice nada y empecé a replantear todo ese rollo, entonces comienzo intentando primero hacer florecer algo, hacer que algo se entendiera e ir más allá del cortar los renglones a la mitad para que pareciera un poema y empieza a surgir lo más importante que es la cuestión del ritmo, el ritmo y el sentido, y una vez que empecé a medio lograr eso, queda pulirlo.
Has trabajado en talleres, ¿en cuáles y cuál ha sido tu experiencia?
No sé para otros, pero para mis amigos cercanos sí fueron importantes. Inicié en un taller de la casa de cultura de Toluca y llegué primero con cuentos muy explosivos y básicos, con una estructura absolutamente clásica y llegando a pensar que ¡no manches, está muy chingón! Y una vez que recibes la crítica es el primer golpe al ego; es decir, si has leído más cosas sabes que esto no es ni por asomo una verdad a medias (…) Después empecé a asistir al taller en Urawa, y sí fui un poco más regular, ahí pasamos por varios talleristas porque cada semana llevaban uno nuevo, entonces estuvo Ostoa, Verónica Olguín, Esteban Reynoud, Eduardo Osorio (…) Era positivo porque te encontrabas observaciones que no se habían dado antes, pero al mismo tiempo no podías darle un seguimiento a tu chamba porque cada semana era alguien diferente, aunque también fue muy constructivo. Lo constructivo de los talleres creo que es conocer opiniones diferentes y ver también distintos puntos de vista para no convertirte a ti mismo respecto a tus textos en algo demasiado egocéntrico y que es una tendencia bien absoluta, siempre que escribimos decimos ¡ah, no mames me quedó bien chingón!, y se te pasa esa etapa del enamoramiento con el texto y descubres que claro que no, que tiene defectos: como tiene unas poquitas de virtudes, también tiene un montón de defectos que son lo mejor, corregibles, y lo peor desechables. Después comencé a buscar otros talleres, pero la verdad es que no los encontré adecuados. Fui a Urawa entre semana, fui a dar a casa de cultura, al Centro Toluqueño, pero hasta después fue que encontramos un espacio autónomo que conformamos entre Verónica Zamudio, Alonso Guzmán, Demian Marín y yo hace como unos 4 o 5 años en el Centro Toluqueño de Escritores, no tenía nada que ver con el centro porque únicamente éramos nosotros más algunos agregados culturales que llegaban de vez en cuando y hacíamos un taller en el sótano. Después perdimos ese espacio, no sé por qué, y empezamos a hacerlo entre nosotros, como antes.
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