Mujeres públicas invaden la capilla exenta
El ciclo de conferencias, Historia de Toluca, continuó con la presentación de Alfonso Sánchez Arteche quien expuso el tema Mujeres de la vida galante en la Toluca porfiriana
Silvia Márquez / Toluca
El ciclo de conferencias “Historia de Toluca” continuó la tarde del martes, ahora en un nuevo escenario, la capilla exenta de la ciudad. “Mujeres de la vida galante en la Toluca porfiriana” fue el nombre de doceava plática del ciclo, y que entabló Alfonso Sánchez Arteche con los asistentes, para los cuales el tema fue atrayente.
Una serie de documentos fotográficos fueron los testigos que hablaron de la historia de nuestra ciudad entre los años 1877 y 1887. Los elementos plasmados por los fotógrafos de la época, Daniel Alba y Agustín Flores, fueron los indicadores que permitieron reconstruir y resignificar el papel de las mujeres públicas de finales del Siglo XIX. “Cuando utilizamos las fotos como documentos históricos, es muy importante trabajar con series porque nos permiten comparar, y como aquí se trata de un conjunto homogéneo de imágenes, ya que todas hablan de lo mismo, las diferencias son notables” explicó el ponente.
El registro de mujeres públicas en Toluca comenzó en 1877 y es por la influencia del sistema francés, que se decidió llevar un registro de las prostitutas de la ciudad para mantener un control y comenzar con inspecciones médicas periódicas que garantizaran el buen estado de salud de dichas mujeres. Sánchez Arteche explicó que “el motivo de fotografiarlas y de mantener sus datos era para obligarlas a presentarse cada 15 días en el consejo de salubridad donde eran revisadas minuciosamente por un instrumento conocido como ‘el pato’ o ‘el pene del gobierno’; si el doctor las declaraba sanas, ellas tenían una libreta con su fotografía y se anotaba ahí que sí estaban sanas; si estaban enfermas las mandaban al hospital, en lo que había sido el convento de ‘El Carmen’ y ahí con permanganato y otras sustancias las restablecían y las daban de alta”.
La primera registrada en el libro fue María de Jesús Silva, quien tenía un burdel cerca de la Alameda, pero quien instauró el primero de la ciudad, en 1872, fue Justa Palacios, personaje que ante las quejas de los vecinos acudió con las autoridades del Ayuntamiento y les cuestionó sobre la libertad de comercio, por lo que la dejaron continuar con el negocio.
De 1877 a 1892 se tienen 210 registros, pero actualmente el libro no cuenta con todas las fotografías porque aquellas mujeres que dejaran de ejercer el oficio podían arrancar del registro su fotografía y datos.
En Toluca, una mujer pública, ganaba tres pesos o más por servicio (si pertenecía al primer nivel), si era de segunda, cobraba entre dos y tres pesos y la de tercera cobraba menos de dos pesos. Había nivel más bajo, el de “las tostoneras” que no contaban con registro. Para hacer una comparación con los sueldos, Román Navarrete, quien era Secretario de gobierno de la época, ganaba noventa pesos al mes, es decir tres pesos diarios.
Varias mujeres provenían de Guadalajara, Morelia, la Ciudad de México, Pachuca o Guanajuato y aquí se les permitía ejercer su oficio, siempre y cuando lo hicieran con discreción. “La idea que tenemos de que eran ignorantes y muchachitas del campo es errónea, lo que pasa es que aquí en Toluca había dinero, había muchos hacendados y mayordomos (...). La necesidad es un factor, el otro es la libertad que ofrecía el oficio”.
A partir de 1884 empezó la decadencia y degradación del oficio. Con la llegada del ferrocarril a la ciudad, y las posibilidades de comunicación que ofrecía, las personas comenzaron a buscar diversión en la Ciudad de México y a dejar el interés que tenían por los burdeles de Toluca.
Finalmente, Sánchez Arteche dijo que “las mujeres públicas de algún modo cambiaban la vida a una sociedad demasiado acartonada y llena de prejuicios; en mi opinión reflejan un estilo de vida de los hacendados y burócratas de la Toluca porfiriana”.
Silvia Márquez / Toluca
El ciclo de conferencias “Historia de Toluca” continuó la tarde del martes, ahora en un nuevo escenario, la capilla exenta de la ciudad. “Mujeres de la vida galante en la Toluca porfiriana” fue el nombre de doceava plática del ciclo, y que entabló Alfonso Sánchez Arteche con los asistentes, para los cuales el tema fue atrayente.
Una serie de documentos fotográficos fueron los testigos que hablaron de la historia de nuestra ciudad entre los años 1877 y 1887. Los elementos plasmados por los fotógrafos de la época, Daniel Alba y Agustín Flores, fueron los indicadores que permitieron reconstruir y resignificar el papel de las mujeres públicas de finales del Siglo XIX. “Cuando utilizamos las fotos como documentos históricos, es muy importante trabajar con series porque nos permiten comparar, y como aquí se trata de un conjunto homogéneo de imágenes, ya que todas hablan de lo mismo, las diferencias son notables” explicó el ponente.
El registro de mujeres públicas en Toluca comenzó en 1877 y es por la influencia del sistema francés, que se decidió llevar un registro de las prostitutas de la ciudad para mantener un control y comenzar con inspecciones médicas periódicas que garantizaran el buen estado de salud de dichas mujeres. Sánchez Arteche explicó que “el motivo de fotografiarlas y de mantener sus datos era para obligarlas a presentarse cada 15 días en el consejo de salubridad donde eran revisadas minuciosamente por un instrumento conocido como ‘el pato’ o ‘el pene del gobierno’; si el doctor las declaraba sanas, ellas tenían una libreta con su fotografía y se anotaba ahí que sí estaban sanas; si estaban enfermas las mandaban al hospital, en lo que había sido el convento de ‘El Carmen’ y ahí con permanganato y otras sustancias las restablecían y las daban de alta”.
La primera registrada en el libro fue María de Jesús Silva, quien tenía un burdel cerca de la Alameda, pero quien instauró el primero de la ciudad, en 1872, fue Justa Palacios, personaje que ante las quejas de los vecinos acudió con las autoridades del Ayuntamiento y les cuestionó sobre la libertad de comercio, por lo que la dejaron continuar con el negocio.
De 1877 a 1892 se tienen 210 registros, pero actualmente el libro no cuenta con todas las fotografías porque aquellas mujeres que dejaran de ejercer el oficio podían arrancar del registro su fotografía y datos.
En Toluca, una mujer pública, ganaba tres pesos o más por servicio (si pertenecía al primer nivel), si era de segunda, cobraba entre dos y tres pesos y la de tercera cobraba menos de dos pesos. Había nivel más bajo, el de “las tostoneras” que no contaban con registro. Para hacer una comparación con los sueldos, Román Navarrete, quien era Secretario de gobierno de la época, ganaba noventa pesos al mes, es decir tres pesos diarios.
Varias mujeres provenían de Guadalajara, Morelia, la Ciudad de México, Pachuca o Guanajuato y aquí se les permitía ejercer su oficio, siempre y cuando lo hicieran con discreción. “La idea que tenemos de que eran ignorantes y muchachitas del campo es errónea, lo que pasa es que aquí en Toluca había dinero, había muchos hacendados y mayordomos (...). La necesidad es un factor, el otro es la libertad que ofrecía el oficio”.
A partir de 1884 empezó la decadencia y degradación del oficio. Con la llegada del ferrocarril a la ciudad, y las posibilidades de comunicación que ofrecía, las personas comenzaron a buscar diversión en la Ciudad de México y a dejar el interés que tenían por los burdeles de Toluca.
Finalmente, Sánchez Arteche dijo que “las mujeres públicas de algún modo cambiaban la vida a una sociedad demasiado acartonada y llena de prejuicios; en mi opinión reflejan un estilo de vida de los hacendados y burócratas de la Toluca porfiriana”.
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