Las razones del diablo | Hacia un taller literario
Dionicio Munguía J.
Siempre que se piensa en un taller literario se plantea una imagen ya común y cotidiana en los asistentes a uno: un tipo que coordina los esfuerzos de otros y otras dentro de la literatura, a veces con eficacia técnica, en ocasiones con efectismo y un sentido de la situación un tanto hipócrita. No son contados los casos de intolerancia talleril. Tampoco los acompañamientos sin sentido de frases clásicas o grandilocuentes.
Mientras caminaba rumbo a mi taller fui pensando en las posibilidades que se tienen cuando se aproxima uno a un buen taller literario. No tanto por el crecimiento intelectual y artístico que se puede lograr, sino por la evolución literaria que se debe de obtener en un cualquier taller. La creación, sea de la forma que sea, tiene un momento de pasión y un acto de generación de sentimientos.
Entre más seamos abiertos a la crítica, menos problemas tendremos para aceptar los errores y las sugerencias que nos hacen alrededor de nuestro trabajo. Pocas ocasiones me he enfrentado a gente que no acepta la crítica, y de esas pocas, la mayor parte venía de un taller de elogios mutuos o rechazado de otro donde lo importante no era la literatura. Era obvio que los comentarios no siempre son bienvenidos, menos en estos casos. La labor del coordinador entonces es crear una confianza mutua y un respeto de los dos lados.
Ezra Pound decía en El arte de la poesía que ”no deberás aceptar una crítica de alguien quien no tiene obra respetable”. Tendríamos que agrega a esta máxima poundiana: “ni de quien no se ha sabido ganar un respeto literario”. No siempre la obra publicada es respetable y no siempre el respeto literario proviene de una tolerancia hacia quien no tiene camino andado en las letras. El taller literario debe fomentar esos dos elementos: el respeto y la crítica no destructiva.
No siempre se logran las dos cosas, pero el esfuerzo del coordinador debe dirigirse hacia ello con la misma pasión con que se realiza el acto creativo. Si bien un coordinador es también un aprendiz de literato, debe tener conciencia de sus limitaciones humanas y dejar de lado el sentido de semidios que la enseñanza puede provocarle. No son pocos los coordinadores de talleres literarios que, elevados en su ego, se consideran dioses del Olimpo dando sus extensos conocimientos a pobres mortales que nada tienen de igual con ellos. Obviamente esta actitud no siempre propaga respeto, ni mucho menos. La humildad de la enseñanza es tan importante como la enseñanza misma.
Existe un último elemento que es quizá el más importante: la pasión. Desde que inicié mi labor como tallerista lo que más recalco en quienes asisten en la necesidad de expresar pasión, pero esta pasión no debe salir solamente de los asistentes al taller, sino del tallerista, primordialmente. Sin este elemento de pasión, de nada sirve el hablar por un par de horas frente a gente que tampoco siente la pasión por la literatura. No estoy de acuerdo con aquellos que proclaman que la literatura es fundamentalmente técnica, cuando todo proviene de las vísceras, del corazón. Sin pasión nada existe en este mundo, más o menos dice Eugenio Trías (ensayista catalán de quien se recomienda leer El tratado de la pasión, editado por CONACULTA). Sin pasión la literatura sólo se queda en muros de ciudades invisibles.
Siempre que se piensa en un taller literario se plantea una imagen ya común y cotidiana en los asistentes a uno: un tipo que coordina los esfuerzos de otros y otras dentro de la literatura, a veces con eficacia técnica, en ocasiones con efectismo y un sentido de la situación un tanto hipócrita. No son contados los casos de intolerancia talleril. Tampoco los acompañamientos sin sentido de frases clásicas o grandilocuentes.
Mientras caminaba rumbo a mi taller fui pensando en las posibilidades que se tienen cuando se aproxima uno a un buen taller literario. No tanto por el crecimiento intelectual y artístico que se puede lograr, sino por la evolución literaria que se debe de obtener en un cualquier taller. La creación, sea de la forma que sea, tiene un momento de pasión y un acto de generación de sentimientos.
Entre más seamos abiertos a la crítica, menos problemas tendremos para aceptar los errores y las sugerencias que nos hacen alrededor de nuestro trabajo. Pocas ocasiones me he enfrentado a gente que no acepta la crítica, y de esas pocas, la mayor parte venía de un taller de elogios mutuos o rechazado de otro donde lo importante no era la literatura. Era obvio que los comentarios no siempre son bienvenidos, menos en estos casos. La labor del coordinador entonces es crear una confianza mutua y un respeto de los dos lados.
Ezra Pound decía en El arte de la poesía que ”no deberás aceptar una crítica de alguien quien no tiene obra respetable”. Tendríamos que agrega a esta máxima poundiana: “ni de quien no se ha sabido ganar un respeto literario”. No siempre la obra publicada es respetable y no siempre el respeto literario proviene de una tolerancia hacia quien no tiene camino andado en las letras. El taller literario debe fomentar esos dos elementos: el respeto y la crítica no destructiva.
No siempre se logran las dos cosas, pero el esfuerzo del coordinador debe dirigirse hacia ello con la misma pasión con que se realiza el acto creativo. Si bien un coordinador es también un aprendiz de literato, debe tener conciencia de sus limitaciones humanas y dejar de lado el sentido de semidios que la enseñanza puede provocarle. No son pocos los coordinadores de talleres literarios que, elevados en su ego, se consideran dioses del Olimpo dando sus extensos conocimientos a pobres mortales que nada tienen de igual con ellos. Obviamente esta actitud no siempre propaga respeto, ni mucho menos. La humildad de la enseñanza es tan importante como la enseñanza misma.
Existe un último elemento que es quizá el más importante: la pasión. Desde que inicié mi labor como tallerista lo que más recalco en quienes asisten en la necesidad de expresar pasión, pero esta pasión no debe salir solamente de los asistentes al taller, sino del tallerista, primordialmente. Sin este elemento de pasión, de nada sirve el hablar por un par de horas frente a gente que tampoco siente la pasión por la literatura. No estoy de acuerdo con aquellos que proclaman que la literatura es fundamentalmente técnica, cuando todo proviene de las vísceras, del corazón. Sin pasión nada existe en este mundo, más o menos dice Eugenio Trías (ensayista catalán de quien se recomienda leer El tratado de la pasión, editado por CONACULTA). Sin pasión la literatura sólo se queda en muros de ciudades invisibles.
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