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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Las razones del diablo

Las razones del diablo

Simplemente por hablar

Por: Dionicio Munguía J.

El día de hoy quise leer a Seamos Heaney, poeta irlandés al que le dieron el premio Nobel hace unos años. Y me hizo leerlo estos días tan raros que tenemos en la ciudad, entre lluviosos y tristes, entre solitarios y un poco deprimentes. Y recordé las horas que pasé frente a su libro Stations Islands, traducido con un título espantoso por Pura López Colomé, a quien se debe el poco conocimiento de la obra de este magnífico poeta: Tuve la suerte de oírlo en una presentación que tuviera en 1998 en el Centro Nacional de las Artes, en la ciudad de México, donde por cierto, y de manera gratuita, repartiera un pequeño libro de ensayos, tres para ser más precisos, donde se incorpora la visión personal del poeta alrededor de la literatura.

Pero de eso no voy hablar. Hoy quiero hablar de las hojas que brotan como río de las manos de quienes lo leen, de quienes se impregnan de su poesía, de todos aquellos que insisten en aceptar este tipo de vida como el único que vale la pena vivirse, aunque esta afirmación sólo va para aquellos que creen en eso. Por muchas años he discutido con poetas, escritores, narradores, periodistas, prospectos a todo lo anterior o simplemente lectores, que la poesía tiene un algo que atrapa a quien la escribe, que llena los rincones de la vida y provoca en quien es tocado un síntoma extraño para los demás: esa locura que nunca se comprende, esa que a veces se entiende, se complace ante los ojos de los demás, pero nunca es completamente comprendida.

La locura del arte es la locura de la vida, diría Dalí. Y Seamus Heaney tiene mucho de locura visual en su poesía. Recuerdo imágenes creadas a través de la televisión poco tiempo después de que se le adjudicara el premio Nobel. Un programa que además no fue hecho para el momento, sino que se realizó años antes con el fin de difundir ese trabajo intenso, real, que en muchas ocasiones se queda escondido en las editoriales locales y que nunca es difundido fuera del país de origen. Recuerdo la fascinación por Heaney la primera vez que lo leí. Un rayo de luz que penetró con fuerza en mis ojos, deslumbrando la conciencia, atacando los pocos resquicios de cordura que todavía quedaban en mí. Así comprendí que mi vida se iría por ese camino, a pesar de la resistencia familiar y social, a pesar de las advertencias de morirse de hambre, de no tener siquiera para el café de la tarde.

Sin embargo, eso no fue importante. Lo verdaderamente importante fue saber que había encontrado el camino de las letras, que mi pasión, como lo describe Eugenio Trías, es todo acto mínimo en la existencia y que sin ella, la pasión, nada queda, todo corre como el sendero de agua después de la lluvia, como el silencio que se arma de palabras y brota, insoportable a veces, en el papel en blanco. Así fue el deslumbramiento de Seamus Heaney, un poeta irlandés que vale la pena leer.

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