Las razones del diablo
¿Por qué?
Por: Dionicio Munguía J.De pronto las noticias son algo que no quisiera leer. Notas que dañan la conciencia humana (al menos la mía). Sentimientos que afloran al conocer, al intuir, al saber. No importa que hayan pasado años desde que lo conocí, desde que tuve la oportunidad de hablar con él, de platicar por un par de horas mientras el cóctel de fin de año de Planeta, frente al Parque Hundido en México se hacía viejo y lleno de luminarias.
Entre las muchas cosas que dijo y que recuerdo, por cierto muy poco, relacionaba el teatro con la vida, la existencia y el silencio con las luces y el escenario. Siempre atrajo la atención, a pesar de que tuviera muchos detractores. Su trabajo se desarrollo por vertientes distintos a los que llevaba el teatro mexicano. Estuvo en contra del teatro como instrumento didáctico, porque consideraba que una buena obra de teatro era más didáctica y comprometida que una escrita expresamente para tal motivo.
Para él, como para Jesús González Dávila, el teatro era la vida misma, la expresión del entorno. González Dávila escribió sobre los desadaptados, él sobre los incomprendidos. Recuerdo con placer la puesta en escena para televisión de Rosalba y los llaveros, primer acercamiento con su obra, primer encontronazo con esa realidad que sabría llevar a buen puerto.
Hoy recuerdo aquellos breves momentos, el instante de la despedida en medio de la noche, desapareciendo en un auto color blanco que se me quedó en la memoria. No puedo decir porqué, pero sucedió así. El martes leí en la prensa sobre él y debo decir que no me gusto lo que leí, porque a un lado estaba también la noticia de la muerte de Laura Urdapilleta, coreógrafa y bailarina que modificó, como él, ciertos conceptos un tanto arcaicos que perneaban la danza en nuestro país.
Este tipo de decesos siempre dejan un espacio en el ánimo de todos aquellos que disfrutamos el arte y la presencia de ambos. No recuerdo nombres de coreografías de Urdapilleta, pero si recuerdo su presencia (majestuosa en ese momento) cuando inauguraron la Escuela Nacional de Danza en Querétaro. Los ojos demostraban la fuerza de su cuerpo y sus manos la gracilidad de la danza. No fue la única vez que tuve la oportunidad de verla; hubo instantes cercanos en Bellas Artes, en Jalapa durante el Festival de Danza Callejera, en Zacatecas, en Guadalajara y en Monterrey.
Y la desaparición de ambos implica, ante todo, el vacío de un breve espacio en el arte de México. Breve, porque los que quedan siguen en activo, produciendo, y cada vez brotan más y más artistas en todos los géneros que, sin llenar totalmente el hueco, si ocupan el espacio que han dejado los que desaparecieron. Es por eso doloroso escribir este tipo de notas, al menos para mí así lo es. No puedo aceptar este tiempo sin todos los que se fueron. Columnas atrás dije que no deberían morir los genios, que es lamentable que suceda, pero no podemos evitarlo.
Ahora tuvimos que hablar de él, de Emilio Carballido, el dramaturgo, el escritor.
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Tonatiuh Pérez Molina -