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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Mantarraya

Isaak Babel y los cosacos 

Por: Heber Quijano 

"A mi lado veo a un anciano muerto, boca abajo, con la garganta abierta, el rostro partido, sangre azul en la barba como un pedazo de plomo", así nos devela Isaak Babel, en Caballería roja, la guerra entre Polonia, judía y subyugada, contra la extinta Unión Soviética, decimonónica, imperial e implacable: "La caballería es una obra de la magia social, llevada a cabo por el comité central de nuestro partido". Pero es una Unión Soviética en la que ya se vislumbra la fe redentora de sus figuras emblemáticas: "Leí alegre y espié el pensamiento misterioso y retorcido de los cosacos con el pensamiento luminoso de Lenin"; sin embargo, se yerguen como sombras apenas atisbadas. La guerra los supera y no permite nada más importante que lo ocurrido en el frente: la hija que sacude el cuerpo inerte de su padre: "Y ahora quisiera saber yo –dijo la mujer alzando horriblemente la voz de pronto–, quisiera saber dónde encontrará usted otro padre como el mío en la tierra"; la importancia del caballo para los ejércitos anteriores a la primera guerra mundial de un caballo ("El caballo es un amigo- contestó Orlof. //El caballo es como un padre- suspiró Bisenko. Nos saca la vida incontables veces); los escombros sofocados entre llamas, sangre y la desolación de la pérdida de la humanidad misma: "Se come con pólvora –le contesté al viejo– y se adoba con la mejor sangre". No importa contra quién se luche, en la guerra todos pierden. Siempre.

Con ese horizonte, como en toda guerra: "Todo ha muerto en silencio".

Nunca está de más reprochar la devastación provocada por la guerra. Sin embargo, ahora la guerra se ha convertido en un telespectáculo (así de terrible lo señaló Baudrillard). La proximidad de la muerte y de la devastación misma sólo se limita a las imágenes que los mass media hayan desempolvado de su propia autocensura. La reflexión cotidiana sobre la guerra de sus damnificados nos queda lejos. Babel todavía reconoce en ellos una voz profética, la voz popular: "Nos llamamos hombres, pero olemos peor que chacales. Deberíamos avergonzarnos de la tierra", le dice un campesino al soldado. Por eso, el futuro próximo, la mañana siguiente, es el exorcismo de la vida tras la guerra: "El sol, de color naranja, rueda por el horizonte como una cabeza cortada; […] el olor de la sangre vertida la víspera y el de los caballos muertos se filtra en el frescor vesperal". O el infierno mismo, desde el que "un soldado que amenaza ahogarse niega brutalmente de la madre de Dios".

Con una prosa típicamente rusa, que mezcla las descripciones de los paisaje nevados y ensangrentados con la investigación psicológica de sus personajes, al tiempo que bosqueja el contexto político y social, siempre con del silbido de la guillotina con la que los buenos escritores no dejan títere sin cabeza por música de fondo: "La revolución es un placer, y un placer no aguanta huérfanos en casa. Una persona buena hace cosas buenas. La revolución es una buena cosa de los hombres buenos. Pero los hombres buenos no matan; luego la revolución la hacen los hombres malos". En Caballería roja la sangre se hace nieve.

heberquijano@yahoo.com.mx

 

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