La ventana indiscreta
Dark City Por: Eridania González Treviño "Primero había oscuridad y luego llegaron los extraños…" Con una tendencia muy clara hacia la ciencia ficción, el director egipcio de la película de culto, adaptación del cómic de James O’Barr, The Crow (El cuervo, 1994) y I Robot (Yo robot, 2004) que nace como inspiración de las historias cortas del mismo nombre de Isaac Asimov, Alexander Proyas escribe y dirige en 1998 Dark City (Ciudad en tinieblas) una representación en ciencia ficción del mundo real. Un filme cuya fotografía y recursos escenográficos muestran la luz artificial que ilumina la urbe oscura en movimiento automático y en un tiempo ficticio difícil de deducir, edificios en racimos nacen de las entrañas de la tierra para sustituir a los escenarios de un día anterior. Todos los días, en punto de las 12:00, todo cambia. Seres extraños tan viejos como el tiempo forman la maquinaria gigantesca de un mundo que detiene su marcha para aprender y aprehender la mente humana. Los recuerdos son el objeto perseguido y tan deseado por aquellos entes de vestidos negros, caras blancas y manos largas, que representan la memoria colectiva y cuyo problema específico es la ausencia de individualidad, don preciado y exclusivo del ser humano. La búsqueda de estos seres implica un acercamiento a la conformación del hombre. El deseo de criaturas intelectualmente poderosas, provenientes de algún planeta muy distante, de obtener permanencia ante la inminente desaparición de su comunidad. El próximo cierre de un ciclo, que se creía espiral infinita, trasciende la posible primeridad de la ficción y se extiende a la del hombre real, adelanta la metáfora del imaginado hombre del futuro, del que logró rebasar al tiempo y utilizar el cerebro en toda su capacidad, él ha regresado al que creía imperfecto e incompleto ser del pasado, para rescatarlo y rescatarse a sí mismo de la natural aniquilación. El futuro o la posible vida en lejanas galaxias suponen la existencia de una mente superior y poderosa capaz de manipular a las más sencillas con la simple voluntad producida en el cerebro, basta imaginar la más compleja máquina o una puerta en el muro sin salida para que se produzca en un instante como venida del más allá, pero ni la tecnología más avanzada ni la mente más poderosa supera las expectativas del ambicioso humano. Por eso el argumento parece aliarse con la memoria y elige representar un espacio que sólo puede concebirse futurista pero reproducido en escenarios tradicionales de décadas de los veinte o los cuarenta, como si se aferrara a ese pasado ideal, y que trata de mantener las características propias del hombre. Lograr la armonía entre lo colectivo y lo individual es historia larga. El deseo de lograr la creación de un ser completo, perfecto a la vista de lo inexplicable, es tarea inagotable. Habrá que enfrentarse a la imaginación y encontrarse lo inverosímil para alcanzarlo y materializarlo. El hombre de este mundo pierde a cada instante un poco de esa imaginación que lo lleva a universos impensables y se conforma con una vida simple y sencilla. De ahí que esa enorme mente se conciba repartida en miles de fragmentos: un recuerdo y una sola vivencia compartidos, una sola percepción, una sola experiencia, empobrecen a los "extraños" y los extingue. Así, Mr. Book, Mr. Hands, Mr. Sharp, representan una parte del todo y carecen del significado metafísico que describe el sentir de cada individuo. Por eso, un hombre, el más cercano al ideal, no se desvanece al toque de las doce campanadas y no entra más al juego del constante cambio de los recuerdos, no será sujeto a la fórmula de un toque de infancia feliz, una pizca de rebeldía adolescente, una muerte trágica en la familia, un asesino de prostitutas, todo en un líquido inyectado en el cerebro. Comprenderá que el sistema y la "sincronización" existen desde siempre pero en diferentes formas, que es inevitable el papel de marioneta cuando se forma parte de las masas, pero que la creación de los propios recuerdos hace la diferencia.
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