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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Las razones del diablo | Intolerancia

por: Dionicio Munguía J.

Las diminutas personalidades que campean en las oficinas burocráticas culturales tienen un destino común: navegan en la intolerancia. Por cada ocasión que un artista busca un resultado, esa personalidad se inquieta en su sillón, revisa infructuosamente papeles sobre su mesa y decide, porque siempre es una decisión personal, que no, que no hay apoyo o solución al conflicto que llevó al artista a solicitar una cita.
Eso, sin embargo, es común. Quienes de alguna manera hemos tenido que lidiar con la burocracia sabemos los resultados y las consecuencias que esto implica. Todos tenemos una historia alrededor de los pequeños funcionarios que deciden el rumbo de la política cultural en nuestro estado o en cualquier estado de la república.
Pero existe otro tipo de intolerancia: la no burocrática, la del artista maduro o viejo al artista joven e impulsivo que se acerca con la firme intención de aprender o, al menos, de que le digan la forma de mejorar su trabajo. Esta intolerancia se manifiesta de muy distintas formas, de situaciones especiales o simples negativas para conocer el trabajo del susodicho joven artista.
Existen personas que han hecho una carrera artística mediante el esfuerzo personal. Hay otras que aprovechan circunstancias sexenales para darse a conocer y sobrevivir del presupuesto oficial, pero también existen quienes, sin una obra sólida, se dedican a defenestrar a jóvenes creadores con el argumento de que no hay la suficiente calidad para leerlo, o que su trabajo es deficiente como para darle atención, o que simplemente no es amigo del amigo del amigo que lo recomendó al taller literario, a la tertulia o a galerías donde se reúnen para calificarse, entre ellos mismos, de geniales y poco comprendidos.
Como tallerista literario me he enfrentado a esta intolerancia más de una ocasión. Jóvenes literatos es ciernes que cayeron, de manera normal, en un taller donde lo importante es tener conocimiento de la lucha social en Centroamérica, o ser parte de los elogios mutuos, o simplemente permanecer callado hasta que el coordinador se digne a escucharlo o leerle un texto escrito en horas de angustia y sudor.
Este tipo de intolerancia se manifiesta, generalmente, con la edad. Entre más tiempo se pasa siendo halagado, más se cree un dios todopoderoso y dispensador de dones que serán reconocidos por quienes no tienen la facultad divina de la comprensión artística.
Nada más alejado de la realidad. La tolerancia es un ejercicio de humildad. Humildad al reconocer que existe talento en alguien que inicia. Humildad al reconocer que existe alguien con mayor aliento que uno. Humildad para enseñar lo que se ha aprendido, con buenos o malos maestros, pero siempre ante la posibilidad no de lograr un creador de excelencia, pero si un creador decente.
Si seguimos cayendo en la intolerancia, lo que sucede en algunos sectores de la cultura, no tendremos la renovación necesaria de los cuadros ni seremos un antepasado directo, ni sabremos hasta dónde nuestra influencia existe en los más jóvenes. No es sólo el hecho de leer a los que nos precedieron, sino de aprender de la fuente directa para evitar los errores, aceptar los aciertos y participar en la historia como quien supo encontrar un algo en alguien que apenas iniciaba su camino.
Creo en los más jóvenes lo suficiente para aceptar que mi papel, bueno o malo, esta a punto de caducar. Creo en la necesidad de enseñar lo que he aprendido de mucha gente a creadores que pueden continuar su trabajo con la misma pasión con que lo hice en su momento. La intolerancia sólo lleva al aislamiento y no al contacto necesario con la juventud, con el pensamiento reformado, con la fuerza de los años que, si no se cuidad, serán carcomidos por la misma hierba con que fueron carcomidos los anteriores a nosotros: por la intolerancia.

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