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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Las razones del diablo

Silencio, Pavarotti

Por: Dionicio Munguía J.

Para Areli

Hoy no tengo muchas ganas de escribir. Frente a la ventana de mi casa observo el día lluvioso mientras en el reproductor de compactos suena la lejana voz de Pavarotti. Lejana, porque es una grabación de la opera Norma de Bellini realizada en los años setenta. Y entonces recuerdo que ya no está en este mundo el inigualable Luciano. Que hace ocho días dijo adiós a los mortales y se puso a un lado de los inmortales seres que han legado su extraordinaria presencia para deleite de los demás.

Soy exagerado a veces. Por momentos creo que las cosas no deberían suceder de esa manera, que deberíamos prohibir la muerte de algunos seres humanos para que sigan deleitando a nuestros hijos y nietos de su maravillosa presencia, pero el destino no es así, ni la vida. Debemos sufrir porque se fueron, a pesar de que nunca estuvimos frente a ellos, de que jamás los escuchamos en vivo y sólo fue un televisor el medio por donde supimos que alguna vez vino a México. Y eso debería de bastarnos, pero no es así.

Yo veo a mi hija sentada a un lado mío, jugando con sus muñecas. Por momentos levanta la carita y se pone a contemplar el cielo y entonces le pregunto qué le pasa. Ella, con ingenuidad me dice que aquella voz que se escucha en la grabadora es triste, que no sabe porqué pero que suena triste. ¿Cómo podría explicar la opera de Bellini a una niña que ha descubierto la tristeza en la voz de Pavarotti? Me cuesta creer que posea esa simpleza de espíritu para sentir, a su corta edad, las emociones más complejas. Me ha sorprendido con la Callas, más chica, mirando arrobada el rostro de María mientras interpreta a Verdi. Por supuesto que no sabe que escucha. Por supuesto que todavía no me he detenido a explicarle el porque de tanto grito, como dice uno de mis sobrinos.

Y ahora, en esta tarde lluviosa, días después de la muerte de Luciano, aquí estoy, en la ventana, contemplando la lluvia que cae sobre Toluca, aceptando que en este mundo la voz de Pavarotti no se volverá a escuchar. Es una tristeza inexplicable la que me embarga, pero comprendo que no podría llorar, aunque lo hice en privado, frente a los demás.

Adiós, Luciano, que tu voz perdure en los discos que grabaste y que tu imagen se siga viendo en las pantallas de televisión por muchos años. Porque esperamos recordarte muchos años más.

1 comentario

Andrés Aguilar -

Comparto, de igual forma me llega a la mente Don Francisco Cervantes que murió sin la misma suerte que Don Luciano, mas bien en un esquema de franca pobreza, lo que pesa el artista de un país a otro y la trascendencia de su obra, son campos diferentes, pero queda el trago escamoso de la muerte, y es en donde el pensamiento queda inquieto, los que somos humanos común y corrientes, tenemos la sensación de vació de alguien que ilumine nuestras vidas con esa genialidad, queda ahí la obra humana, pero mas allá de todo; el arte, que pesa al final mas que el sesgo político y económico.

Un saludo
Andrés Aguilar