A 479 años de la muerte de Maquiavelo
En tiempos de recordar a ‘El príncipe’ y elegir al presidente, urge renovar el ejercicio del análisis político
Blanca Ocampo / Toluca
"Con lágrimas en los ojos os digo que el 22 de este mes nuestro padre Nicolás ha muerto de dolores de entrañas, causados por un medicamento que tomó el día 20. Confesó sus pecados con el P. Mateo, que le ha acompañado hasta el último momento. Ya sabéis que nuestro padre nos deja en gran pobreza", palabras escritas por uno de los hijos de Niccolò Machiavelli al momento de la muerte de Maquiavelo, acaecida en 1527.
Padre de la teoría política, filósofo del renacimiento, Nicolás Maquiavelo no ha dejado de significar en la historia gracias al papel preponderante de su obra, tan citada como mal valorada hasta nuestros días gracias a estudios o análisis inconclusos desde el planteamiento, que hacen a un lado el contexto histórico de este tratadista y crítico militar.
Autor de más de 10 textos entre crónicas, biografías, comedias, fábulas, Maquiavelo trasciende sin lugar a dudas por ‘El príncipe’, escrito en 1513 pero publicado 5 años después de su muerte.
En esta obra de obligada lectura y dedicada a Lorenzo de Medici, el político florentino expone puntos clave del acontecer inmediato de su tiempo, cuando se sucedió la conversión de la Italia de la Edad Media en el estado moderno. Para ello se valió de 26 capítulos desarrollados en una prosa clara y concisa que bien vale la pena repasar en estos días de elecciones políticas, pues no sólo el fútbol tendría que ser tema crucial del momento entre los mexicanos.
En un afán por motivar esta lectura, me permito proponer un juego de actualización posmoderna a la mexicana de ‘El príncipe’, y para prueba le presento, querido lector, algunos fragmentos de la primera versión de dos de los capítulos, titulados originalmente De los príncipes civiles y De qué modo deben guardar los príncipes la fe prometida, más o menos quedarían así:
Capítulo IX
De las campañas electorales
El otro medio de que un candidato llegue a ser presidente, sin maldad ni violencia alguna, sin dejar de hacer propuestas en aras de descalificar al contrincante, es el del favor y la asistencia de los conciudadanos, y a este gobierno se le puede llamar verdaderamente democrático. No es necesario, para conseguirlo, ni gran fortuna, ni el fraude, sino refinada astucia, la inteligencia y la integridad. Se alcanza, o por el favor del pueblo o por el de los magnates, porque en todos los países hay dos tendencias que tienen su origen, una en no querer el pueblo que le opriman los poderosos, y otra en desear estos dominar al pueblo (...) El gobierno lo funda el pueblo o la elite neoliberal, según la ocasión de que puede disponer cada uno de estos dos bandos; porque cuando la oligarquía no puede dominar al pueblo, aumenta la fama de cualquiera de sus integrantes y lo elige candidato para, a su sombra, satisfacer mejor sus deseos de dominación. El pueblo, por su parte, cuando ve que no puede resistir a la oligarquía y algún ciudadano llega a tener gran reputación, lo nombra representante, esperando que, con esta autoridad, lo defienda.
El que llega a ser gobernante con el auxilio de la oligarquía, se mantiene en el poder con más dificultad que el que debe su gobierno al pueblo, por estar rodeado de magnates que se creen iguales a él y le quitan la libertad de acción y de mando; pero el que asciende al gobierno por el favor popular, encuéntrase respaldado, y ninguno o muy pocos de los que están a su lado dejan de mostrarse dispuestos a apoyarle. Además, las aspiraciones de la oligarquía sólo se satisfacen causando daño a alguien, y las del pueblo no exigen ofensa a nadie; siendo los propósitos del pueblo más honrados que los de la elite neoliberal, porque ésta aspira a establecer la explotación y aquél a evitarla. Añádase a esto que el presidente no puede nunca estar solo contra el pueblo, porque son muchos los que lo forman, y sí contra los oligarcas, que son pocos.
…
Quien llega a ser presidente por voluntad del pueblo, debe conservar su amistad, cosa fácil, puesto que el pueblo sólo pide no ser oprimido.
Capítulo XVIII
De qué manera deben cumplir los presidentes las promesas echas en campaña
Todo el mundo sabe cuán laudable es que el presidente prefiera siempre la lealtad a la falacia; sin embargo, la experiencia de nuestros tiempos prueba que presidentes a quienes se ha visto hacer grandes atrocidades, que tuvieron poco en cuenta la fe jurada, procurando atentamente engañar a los hombres y consiguiendo al fin dominar a los que en su lealtad fiaban, viven en la absoluta impunidad.
Sépase que hay dos maneras de combatir, una con las leyes y otra con la fuerza. La primera es propia de los hombres, y la segunda de los animales…
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Si usted, amable lector de IMPULSO, tiene su propia versión, no olvide compartirla con nosotros a través de nuestra página electrónica. Por cierto, el texto en que se basa lo anterior se titula ‘Obras políticas’ de Nicolás Maquiavelo editado por el Instituto Cubano del Libro en 1971.
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