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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Las razones del diablo

El taller

Por: Dionicio Munguía J.

Asimilar en un taller literario los cuestionamientos de un trabajo no siempre es recibido con atención o con comprensión por parte del asistente. En muchas ocasiones es culpa del tallerista o coordinador el que no se alcancen a comprender cada una de las críticas que se realizan. Como coordinador de un taller literario me he enfrentado a este tipo de situaciones de manera muy constante. Por momentos siento caminar hacia atrás y no se adelanta con una persona en particular. Sin embargo, esto no siempre sucede y ésas son las gratificaciones que se logran en un taller literario.

La palabra como tal siempre debe verterse, darse sin cortapisas, sin esconder los conocimientos que se obtienen en el transcurso de los años y sobre todo en aquellas charlas que se tienen con escritores amigos o enemigos, en pláticas ocasionales o en discusiones sin sentido que en muchas ocasiones se tienen en momentos diversos. No siempre son planeadas estas conversaciones. Algunas veces son improvisadas charlas de café o de restaurante.

El conocimiento como tal debería transmitirse sin cortapisas, he dicho, pero no todos los coordinadores lo hacen y simplemente te dan una pequeña probadita de lo que saben y te dejan a medias, confuso, sin entender el porqué de tal crítica o el sentido de cierto tipo de palabras, imágenes, situaciones existenciales, versos cortos o cojos, poemas incompletos o simplemente fallidos. Y eso, a mi parecer, no se vale.

En los años que tengo dando talleres me he encontrado con personas que vienen de otros sitios con enormes lagunas en el conocimiento literario, sin grandes equipajes técnicos o con limitadas nociones de libros que podrían ayudarlos a crecer en las letras. Tarea, definitivamente, que debe emprender el coordinador sin falsas expectativas y con una entrega prácticamente total, puesto que así nos fue dada la palabra y así debería entregarse a los demás.

No siempre se debe impedir que los asistentes a un taller conozcan lo que el coordinador sabe. Ni siquiera los escritores deberían tener este ego superfluo y poco alentador. Y deberíamos impedir que personas con este tipo de actitudes esquilmen a jóvenes y no tan jóvenes interesados en las letras. Si alguno se acerca a nosotros con la suficiente humildad de aceptar su poco conocimiento literario, agradezcamos este hecho y donemos lo poco que sabemos para hacerlo crecer.

Sólo así lograremos que las letras no se pierdan, que los talleres literarios funcionen y que cada año se celebren aniversarios de talleres en la ciudad. Eso siempre sería mejor que instituciones que ya no producen escritores y sólo se dedican a crear monstruitos que se regodean en los encuentros de escritores sin fundamentos literarios.

P.S. El 2 de octubre no se olvida, a pesar de los años.

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