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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Mantarraya

Leyendas en escaparate

Por: Heber Quijano

Da miedo observar cómo los grandes íconos de la humanidad son y han sido creados a partir de la necesidad de adjudicar etiquetas a las pocas ideas que le quedan al mercado por explotar. Desde la rebeldía sin causa del James Dean o del John Lennon contestatario, pasando obviamente por la sensualidad desbordante de Marilyn Monroe, Brigitte Bardot o Sofía Loren, hasta las figuras emblemáticas de Gandhi, la madre Teresa de Calcuta o el mismo Nelson Mandela, el mercado con su imperio de modas y poses ha trivializado tanto tales efigies que algunas han llegado a perder su significado en cuanto a seres humanos que han logrado hacer con sus acciones y su forma de vida: un ejemplo o un buen aliciente para que nosotros los peatones sigamos teniéndola un poco de esperanza al propio espíritu humano, así de complicado y absurdo como suena. Así de lapidario también.

Un claro ejemplo de la comercialización, y vaya que ya todo mundo lo sabe, es el caso de Frida Kahlo. Rodeada de un halo de misticismo estoico, símbolo de la liberación femenina tan en boga hace 40 años, ahora sirve de fórmula para perfumes, ropa "típica" que usa la gente bien cuando quiere mostrarse sensible ante la situación indígena y acaso presumen su sentido patriótico al usarla, y para aquellas seudointelectuales que hacen creer al público que en realidad conocen de su vida y del arte tan sublime de la coyoacanense más famosa del mundo. Sin embargo, nadie reivindica la pintura de su contemporánea María Izquierdo o el arte combativo de nuestra contemporánea Lorena Wolffer. Aun cuando el Palacio de Bellas Artes jamás haya tenido tan nutrida asistencia, aun cuando las películas nos queden a deber un poco de la relevancia que tuvo la libertad sexual de Frida y Diego, émulos en la forma de vida de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, aun cuando Frida misma estaría avergonzada de lo que se ha hecho con todo lo relativo a su vida.

Por otro lado, el Che Guevara, "como una flor arrancada prematuramente de su tallo". Así habló, desde su convaleciente salud, el ya milenario presidente cubano, Fidel Castro, mientras nosotros los peatones con las manos más izquierdas que diestras nos sentimos ofendidos en lo profundo de nuestro corazón ahora que se han cumplido 40 de su asesinato a manos de los artífices de la vil e infame Operación Cóndor, a manos de los culpables del adiestramiento de los torturadores que cumplieran con su papel de verdugos de la libertad sudamericana en las dictaduras, como bien ha revelado desde Vallegrande el paraguayo Martín Almada, tesorero de los siniestros Archivos del Horror. El Che, sobre todo la foto del Alberto Korda —y no las más humanas del suizo René Burri ahora expuestas en el Antiguo Colegio de San Ildefonso—, se ha convertido en un afiche de rebelión mal comprendida, descontextualizada, o simple y llanamente, ignorante en la mayoría de sus casos (como siempre ocurre en estos casos). El Che es mucho más que un pequeño altar para quienes se lo ponen como bandera hipócritamente. El Che es ejemplo de dejar la vida, hasta la victoria o la inmortalidad.

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