Escaramuza
Cómo sobrevivir a un andamio Por: Polo Castellanos "Está re grandote; no manches, está bien alto; ponme a remojar la brocha; el techo, blanco; límpiame el rodillo; dale con la estopa; mándame el negro; recárgale la brocha; enjuágame el pincel; tállale hasta que sientas que está seco y áspero; no te me muevas tanto; súbete pero despacio; deslízalo suave; se siente grande pero no esta tanto; cuidado con las gotas; hazle con el dedo; ya me chorreé las botas; así esta bien, lechosita; ya está muy aguada…" Si usted viene caminando por la calle y de pronto escucha todas estas finísimas expresiones, no se angustie: no se trata de dos sujetos albureándose, es muy probable que se encuentre usted muy cerca de un andamio y seguramente son dos muralistas que están trabajando en un mural. Cuando uno pinta un mural trepado en una torre de ocho metros de altura sobre una terraza que se encuentra a 10 metros del piso la tensión es demasiada. Sin más seguridad que la de una cuerda y cualquier cantidad de rezos por que todo salga bien, trabajar a esta altura es toda una experiencia religiosa, no importa que seas ateo. Una mano en el andamio, otra en el pincel, un pie en una tarima y el otro enredado en los travesaños de la torre desde donde la gente se ve chiquita, pone los pelos de punta a cualquiera. Todos los sentidos alertas mientras el andamio oscila cada vez que sopla el viento, el vértigo de ver accidentalmente para abajo, la concentración sobre lo que se está pintando, ya que no hay casi margen para errores, visualizar mentalmente figuras en un todo, mientras se pintan sus fragmentos de manera monumental; las luces y las sombras de un codo o una mano, por ejemplo, que en el boceto miden 20 centímetros pero que en la práctica miden 2 metros cuadrados, a 8 metros del piso, representan todo un reto. Sin embargo, la gente no tiene ni la menor idea de las que se sufren para lograr un mural. Desde concebir el espacio, resolver el diseño, proyectarlo hasta ejecutarlo, resolver los problemas que salen sobre la marcha, pelear los recursos, hasta lidiar con la burocracia para conseguir los viáticos del día. Son situaciones que el espectador desconoce cuando disfruta de la obra terminada. De hecho se piensa que es muy fácil para un artista trabajar cotidianamente en estas condiciones. Lo cierto es que no, sólo la satisfacción final, el reconocimiento de la gente sobre el mural que a partir de ese momento les pertenece, hacen que cualquier contratiempo o reto hayan valido la pena. Uno no se sube a los andamios por masoquista, sino por necesidad y porque es parte del trabajo. Lo increíble es que con toda la tecnología que existe para subir a las alturas, plumas, grúas eléctricas, etc., los artistas tenemos que trabajar todavía como en la Edad Media: trepados en andamios. Y no nada más los muralistas, también los limpia vidrios, entre otros, que mis respetos cuando se descuelgan en las peores condiciones de seguridad, de alturas de 60 metros o más para la limpiarle la visión a burócratas y empresarios que por más que limpien los vidrios nunca verán más allá de su propia nariz. Pero hay recetas muy simples para liberar la tensión a esas alturas, entre las cuales hay que destacar el asunto de la albureada con los ayudantes, es infalible aunque hay que cuidarse de las carcajadas, éstas hacen que la torre oscile más de lo normal. Otra manera, si uno esta sólo, es auto alburearse y orinarse de la risa uno sólo, para después, cuando lleguen los ayudantes o los amigos que van de visita, alburearlos a todos con los nuevos albures. Otra muy relajante es pensar que si uno se cae, se debe tratar de llegar de cabeza al piso, así no habrá margen de error, ya que de no ser así, quedará un tullido para siempre y por completo viendo cómo tus colegas pintan murales. Otra muy efectiva es escuchar las conversaciones que se oyen hasta arriba y que provienen de la gente que está en el piso pensando que como no hay nadie alrededor, mantienen una conversación privada, ¡lo que no escucha uno! Y la última es concentrarse en las estrategias a seguir ese día para ir a mendigarle a la burocracia los viáticos que te corresponden y no te han entregado para comer y tomar un poco de agua. Así que la próxima vez que esté frente a un mural, piense en todas las vicisitudes, aventuras y penurias por las que pasó el muralista para que usted y su familia y sus herederos puedan disfrutar de la cultura y de una obra monumental. Y sobre todo, si escucha usted una serie de improperios y majaderías que vienen de las alturas, es muy probable que un muralista esté trabajando y se le haya caído el pincel o de plano se encuentre retorciéndose del dolor atravesado entre la tubería del andamio.
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