Mantarraya
Nortec en la aldea
Por: Heber Quijano
Hablar del virtuosismo de Nortec, a estas alturas, puede ser un arma de dos filos. Por un lado, puede ser un anacronismo para los sectores avanzados en un gusto musical globalizado en el que puede convivir el hip hop francés, con el postrock, el neohippie, las rolas de Sigur Ross, Björk, y los afables intentos de Nacho Vegas por recuperar ciertos romances españoles, muy al viejo estilo del gran García Lorca, claro en un ritmo con mucho beat y poca zarzuela. Por otro lado, puede ser un gran descubrimiento para quienes estén dispuestos a concederle a la globalización un beneficio en el sentido musical, la fusión. Obviamente no voy a negar el ritmo todavía trepidante de esa tribu que fue convocada por los fuegos artificiales que se descubrieron hace unos días en la Providencia. Toluca vive de una manera muy paradójica la transición de una ciudad casi decimonónica y provincial hacia la ciudad globalizada en la que todas las ciudades del mundo empiezan a convertirse. Quizá ese neotribalismo, del que habla Maffesoli, de los grupos homogéneos sea tan pertinente y preciso en los casos de los emos, la Banda del Rojo, de las amasdecasasdesoladas que hacen flamear sus tarjetas de crédito a la menor provocación, o todos aquellos vigoréxicos que se pasan horas enteras acumulando masa corporal y esteroides. Exactamente de la misma forma en que toda una divergencia social e ideológica se reunió en el concierto de Nortec. Sin embargo, Toluca (y sus habitantes) todavía se reconocen los rostros y las historias compartidas. Me explico (y esto le pasa a todo aquel que haya hecho de la vida nocturna una costumbre, no cotidiana, pero si secuencial), ¿quién no se encuentra en alguna noche chelera a algún conocido que hace años no veía, al cuñado incómodo que ahora es un todo un señor burócrata, a la ex novia que dejó una historia mal escrita y de puntos suspensivos difusos, como la misma noche? Toluca es, pues, una aldea de infierno grande, o un pueblo global que asiste a misa ocasionalmente. Sigue siendo placentero convivir con todos nuestros conocidos, pero de esa forma el pecado es todavía un secreto a voces. Claro no se puede ser infiel sin ingenio, ni chismoso sin un séquito de lavanderas. Nortec, pues fue un éxtasis compartido, una fusión de posmodernidad con tradición: computadoras Mac, sintetizadores y grandes desplantes de tecnología conviviendo armónicamente con acordeones, sombreros (tejanas) y trompetas de la más fina dinastía tijuanense. Su música se encuentra en el marco de la simbiosis electrónica de los beats, como lo hace Gotham Project con el tango, o el jazz fino y estudiado de Saint Germain, o los muchos grupos que fusionan el bossa nova. Nortec actualizó de una manera más inteligente y con mucho más arte el acordeón que los intentos rebeldes de las primeras producciones de Julieta Venegas. Qué mal que la hayamos perdido en la miel de las quinceañeras. Tijuana está más cerca de Nueva York, que Toluca del DF.
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