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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Las razones del diablo

Los homenajes

Por: Dionicio Munguía J.

El pasado lunes se realizó un homenaje dentro de lo que se llamó Jornadas alejandrinas, organizadas por el grupo cultural independiente Camada Maldita. Homenaje que tuvo una participación interesante, un trío de conferencistas en distintos estilos, imágenes y nostalgia que fue aflorando conforme la tarde noche pasaba y los recuerdos se hacían cada vez más personales, más anecdotarios, menos literatura. Incluso los que tal vez nunca tuvieron un contacto directo con Ariceaga supieron de la muy peculiar existencia del cronopio toluqueño. Sí, tengo que utilizar la figura cortazariana para poder describir a quien se lanzó por el tobogán de las letras y supo llegar a término.

Y fuera de toda la nostalgia que imperó esa noche, se pudo constatar que la imagen de Alejandro Ariceaga sigue presente en la memoria de sus amigos. Pero más aún, las letras alejandrinas tienen mayor fuerza que cuando el propio autor se peleaba con la computadora, perdiendo y recuperando archivos, dentro del proceso creativo de una novela que se quedó en título y que nadie conoce, fuera posiblemente de sus más cercanos allegados, quienes tuvieron la oportunidad de leer fragmentos, platicar con él sobre el transcurso de la novela, y avizorar un tono irónico en la misma.

No hay más que la constancia que el propio Ariceaga comentó acerca de la misma. Ese título, Tribulaciones de un burócrata menor, que lo hacía sonreír con picardía, e impedía que alguien más se acercara a su manuscrito. Si acaso una vez o dos tuve la oportunidad de ver el folder amarillo donde guardaba la que yo pienso haya sido la primer versión de la novela, pero hasta ahí. Alejandro siempre mencionaba por donde iba, cuántas cuartillas pensaba que tendría en su totalidad, pero no leyó frente a extraños ni siquiera una frase, un párrafo no se diga.

Quizá la leyenda de su escritura convierta a esta novela en un mito. Y posiblemente pasen años antes de poder definir si realmente la terminó, o se quedó en una versión incompleta, o simplemente en esbozos tipo cuento, fragmentos que encajarían en una estructura mayor, párrafos sueltos que no iban a ningún lado o conducían, como todos los caminos, a la Roma alejandrina.

Y en el homenaje del lunes la figura de Alejandro se engrandeció, pero también fue un ser humano con virtudes y defectos, con amistades largas y deseos, de algunos, de haber tenido la oportunidad de verlo caminar por las calles de su toluquita, de la bella que añoraba cada vez que se iba, o que la veía desde una perspectiva amorosa, realmente enamorado de su terruño congelado. Todas las ocasiones que nos encontramos fuera de la ciudad, siempre hacia referencias, como Miss Marple, la personaja de Agatha Christie, a su Toluca y sus mujeres, a Toluca y su volcán, a Toluca y sus diablos rojos.

Es una nostalgia verdadera. Son cuatro años, largos y cortos cuatro años desde que Alejandro decidiera salir de Toluca y presentar su camada maldita en otro país, para no volver. Cierto, aún lo extrañamos.

 

 

 

 

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