Mantarraya
Atisbos de paranoia
Por: Heber Quijano
Aquí nos tocó vivir, qué se la va a hacer. Vivimos bajo el yugo de un pájaro carpintero que picotea a cada instante nuestra paciencia, que nos orilla a buscar en las miradas un atisbo de sospecha, que nos trae con el ojo en el rabillo del deliro de secuestro, del delirio de persecución. Estamos en lo más profunda de este cuello de botella, que a diario nos hacen creer los medios: asaltos, secuestros, narcos decapitados, dealers enterrados a montones, narcofosas, policías corruptos, políticos corruptos, periodistas corruptos, bla bla bla. Claro, ello existe y no lo podemos negar, pero también tenemos que aceptar que la cultura mediática de la mercadotecnia siempre ha exaltado el grito, el amarillismo, el sensacionalismo, la nota roja, ¡alarma! El sonido de las trompetas del apocalipsis ya no proviene de la boca de los curas, encuartelados desde su púlpito —tampoco exento de corrupción, ¡sería ingenuo pensarlo!—, viene de la boca fétida y maquiavélica de nuestro televisor. También de allí proviene nuestra nula educación sentimental, nuestra poroso sentido de la solidaridad, nuestra morbosa necesidad del chisme para jerarquizar la existencia, nuestra absurda estimación de la gente a partir de su poder adquisitivo como indicador de éxito y humanidad. Si pensamos que la televisión nos está transmitiendo una imagen transparente y precisa de nuestra realidad, entonces estaríamos atados a percibir el mundo a través de la propia televisión. Claro nos evitaríamos pensar, deducir, intuir, predecir que cada medio responde a los intereses de sus propietarios. Ello obviamente incluye a los periódicos, la radio, Internet. Pero claro, ¡hasta la basura se separa! Toda esa violencia simbólica de la que ya nos habló Pierre Bourdieu y Giovanni Sartori, por citar a los más famosos, proviene de una lucha clasista, que no de clases, en la que desaparecer al otro es más sencillo, condenarlo a la hoguera sin juicio ni derecho de réplica. No los veo, no los oigo, no los miro. Legitimizar la indiferencia sólo genera una mayor polarización entre los buenos —clase media, consumista, blanca, mestiza y sin discapacidades— contra todo aquello que no le sea igual. El miedo lo crea todo, citaba Paul Valery. En nuestra sociedad está generando un pánico sistematizado que bien pudiera ser un toque de queda permanente para todo aquello que es "un peligro para México". Aquí nos tocó vivir, rodeados de políticos cobardes, traicioneros y mercenarios; de policía malpagados y sin sentido de ética; de comunicadores y "periodistas" que viven de la sumisión y el halago y hasta cantan su independencia intelectual como un signo de cinismo putrefacto; de empresarios antropófagos, ecófagos, sin ningún sentido de solidaridad. El sonido del dinero siempre será más fuerte que el llamado de la sangre y de la tierra. Estamos condenados a luchar contra nuestra sombras.
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