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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

La ventana indiscreta

La ventana indiscreta

Krzysztof Kieślowski: El Decálogo

 

 

Por: Eridania González Treviño

 "No tomarás el nombre de Dios en falso"

En esta ocasión una oración de mandato será la que rija el comentario referente a la segunda película que conforma El Decálogo de Krzysztof Kieślowski: “No tomarás el nombre de Dios en vano", enunciado que resulta de otros dos establecidos en el Éxodo: "No tomarás en falso el nombre del Señor porque el Señor no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso". Éste, uno de los fragmentos más imperativo del Decálogo, muestra nuevamente el encuentro frontal entre la ciencia y la fe  en el discurso kieslowskiano.

En los mismos escenarios, con la misma sencillez cinematográfica, en la mínima cálida primavera de Polonia o quizás en su inicial otoño, Kieślowski coloca ante nuestros ojos la incidental muerte de una liebre. Sí, una vez más el conflicto filosófico entre la vida y la muerte y las limitaciones del hombre inmerso en el inmenso mundo de las casualidades.

La incertidumbre en la certeza temporal de la muerte es el motivo del argumento y, por supuesto, de las visiones antagonistas que al estar extraviadas buscan encontrarse en la certeza del otro. Ahora no son las matemáticas, aquí es el turno de la medicina.

Kieślowski la somete a los cuestionamientos más radicales y de oposición en los que se debate el hombre.

Un médico, al igual que el matemático, se apega estrictamente a lo comprobable, a lo que la razón pude ofrecerle materializada en hechos y verdades; sin embargo, por tratarse de un ciencia "menos dura" a causa de su relación directa del hombre con el hombre y éste como ser complejo y difícilmente interpretado, la medicina se bifurca y se convierte así en una ciencia oscura y extremadamente limitada.

La medicina se debilita ante los hechos menos inexplicables, que se salen de las páginas del libro para dejar de formar las filas de las estadísticas, aunque al final la muerte triunfe ante cualquier alegato científico o religioso. Tres personajes interpretan hechos universales. El médico anciano, que sus años lo envisten de sabiduría y experiencia, de conocimiento científico y empírico, de prueba y error, representa en el mundo terrenal al Dios palpable de los hombres, al que suplicamos asustados que nos salve la vida, que mitigue nuestro dolor, que nos ofrezca paz. Pequeños temerosos esperamos una solución completa ante el gigante de la manta reluciente y blanca, que con el suave y estratégico palmeo de sus manos como mágica omnipotencia alivia temporalmente el tormento y adivina nuestro mal.

Por otro lado, una mujer es el personaje más complejo, porque representa al ser humano que duda, que peca y exige certezas. Representa al antagonista del médico o de Dios, a quien pide la respuesta de una pregunta engañosa que jamás encuentra explicación. Exige a un hombre con sabiduría tan limitada como la suya, y que se disfraza absoluta, jure en nombre de alguien a quien no puede ver. El juramento, digamos, es la palabra que necesitamos escuchar cuando lo incierto reina en nuestro entorno.

Este juramento implica la seguridad de las cosas. Se jura con la verdad de los sucesos, pero éstos, caprichosos y celosos de su autonomía autoritaria, deciden, en ocasiones, cambiar su propio curso. Así, el tercer personaje, el enfermo terminal, podría levantarse de su lecho de muerte y sin explicación alguna seguir el curso de su vida, aunque en el camino no entienda por qué el mundo se desintegró por un momento como si alguien lo hubiera ocasionado en su perjuicio. Y vivirá a pesar de que su vida sea un "milagro".

Sí, un milagro de esos que en la ciencia no suelen darse muy seguido, Kieślowski lo retoma para debilitar la seguridad con la que la ciencia camina, lo expone para debilitarnos al evidenciar nuestro limitado mundo de creencias. Jurar en nombre de Dios en

vano es la afirmación de la inexistencia de lo absoluto, y la exposición del extraño mundo de las posibilidades, en donde todos nos sujetamos a las jerarquías imaginarias del hombre, olvidando a veces nuestra pequeñez ante el cambiante y absurdo juego de la vida, en la que impera lo inexplicable y el hombre sólo es sumiso de sus ordenes. La ciencia una vez más ha fallado castigada ante el monstruoso universo de lo divino.

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