Mantarraya
La enfermedad del vacío
Por: Heber Quijano
Se ha llegado a escuchar de una encuesta en la que los mexicanos consideran que viven una vida feliz o que son felices en términos generales. Claro, nadie va por la vida quejándose de todo lo que sufre en el trabajo, en el tránsito, en la economía, con la suegra, con lo molesto que se llegan a convertir los vecinos con sus fiestas, sus peleas, o con todo lo que pueda generarle alguna molestia al peatón común y corriente. Sin embargo hay que tomar este tema con mucho cuidado. De entrada, ¿cuándo podemos considerarnos felices? o ¿cuánto persistente debe ser esa sensación?, ¿cuándo deja uno de ser feliz? Más que parecer preguntas de revista para quinceañeras, dichas preguntas pueden convertirse en un problema existencial para cualquiera. A final de cuentas, todos intentamos ser felices, ¿no?
En contraste, según Gonzalo Vázquez, miembro del Sistema Nacional de Investigadores adscrito a la UAM-I, cifras de la Secretaría de Salud señalan que entre 12 y 20 por ciento de la población entre 18 y 65 años está deprimida o lo estará próximamente. Aun más, estimaciones de la Organización Mundial para la Salud afirman que para 2020 será la primera causa de discapacidad. Ahora es la cuarta. Así, las cosas no son tan claras como deberían de serlo. Felices o deprimidos, ahí no está la cuestión. Al contrario es sólo la punta del iceberg —y no en el sentido freudiano—, pues, según Vázquez, 90 por ciento de los suicidios en el mundo se asocian a una depresión no diagnosticada y, de la mitad de los depresivos que acuden con un especialista, sólo 10 por ciento recibe tratamiento. Definitivamente cada cabeza es un mundo, tiene razón el sentido común, y aunque no tenemos el índice de suicidios tan alto como Japón, tampoco podemos ignorar el naufragio con el agua al cuello.
Alguna vez le leí a Juan Domingo Argüelles la frase "Quien tiene menos de lo que ambiciona, debe saber que tiene más de lo que merece". Si esta fantástica sentencia se cumple como la ley de la gravedad, ¿merecemos esta depresión colectiva?, ¿qué orilla a ese veinte por ciento a la depresión?
Una respuesta muy simplista sería preguntarnos si los químicos transgénicos en la comida afectan nuestro metabolismo; otra culpar al neoliberalismo y al mercado "posmoderno" de obligarnos a llevar un tren de vida devastador, superfluo y desdeñoso de la espiritualidad que da el conversar con uno mismo, como dijera Antonio Machado, un tren de vida que nos exime de los compromisos sentimentales, ideológicos, ontológicos, como también ha señalado Gilles Lipovetsky, un tren de vida en el que la satisfacción de nuestros deseos se convierte en mera moneda de cambio, como el amor líquido que critica Zygmunt Bauman. Al final, podríamos culpar al propio lobo del hombre, a su condición caníbal, de hacernos perder, en un ligero recorrido a la Historia, la esperanza en la humanidad misma. ¿Qué clase de sujetos somos? No hay por qué angustiarse. Sonrían, que no es una broma.
heberquijano@yahoo.com.mx
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