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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Escaramuza

Escaramuza

La maldición de Rivera

Por: Polo Castellanos

Resulta asombroso el anacronismo que permea en la percepción actual del muralismo mexicano. Cada vez que se habla de muralismo por inercia inevitable se piensa en los mal llamados tres grandes: Rivera, Orozco y Siqueiros. Que si bien, fueron los precursores, no fueron los únicos. Como tampoco, con su ausencia, finalizó el muralismo. Pero los "especialistas" y la inopia elemental del Estado mexicano nos han vendido la premisa de que el muralismo murió con ellos. Sin embargo, cada vez que hablan de muralismo mexicano recurren por ignorancia a los tres artistas, que el día de hoy son héroes de la Escuela Mexicana de Pintura y no el dolor de cabeza que en realidad fueron para los gobiernos mexicanos. Y que incluso, para las mentes más retrógradas del país siguen representando una amenaza, en particular el "Coronelazo" David Alfaro Siqueiros y no menos José Clemente Orozco.

Hoy, el reconocimiento a la obra de Diego Rivera, en una escueta y mediocre exposición-homenaje en el Palacio de Bellas Artes nos confirman no solamente que Rivera era un pésimo dibujante, predilecto de la burguesía izquierdista de café de aquellos años, sino que además sigue siendo el predilecto de la burguesía gobernante y de la pseudo izquierda contemporánea en el poder. Mientras Rivera debatía el futuro del arte mexicano con sus colegas en los cafés de París, el resto de los muralistas defendían con las armas en la mano a su país y los principios del internacionalismo y la autodeterminación de los pueblos.

Así, mientras Jorge González Camarena (segunda generación de muralistas) por ejemplo, buscaba una interpretación y una propuesta del mestizaje contemporáneo en sus extraordinarias obras henchidas de vitalidad, Orozco correteaba a la Iglesia y denunciaba la prostitución del Estado; Siqueiros dialogaba con la resistencia de los materiales, rompía los espacios bidimensionales y era perseguido por reivindicar la dignidad de un pueblo que en sus obras se levantaba en armas reclamando sus derechos legítimos. El osado Rivera seguía practicando el indigenismo mediatizador a través de sus obras. Diego Rivera insistía en pintar "indios" bien alimentados vendiendo alcatraces y artesanías a diestra y siniestra.

Sin embargo, no se cuestiona aquí la autenticidad sobre el pragmatismo de Rivera -porque hay otros-, sino el dedo manipulador del Estado mexicano sobre la historia del Muralismo y la reinterpretación, a su conveniencia, de la autenticidad del muralismo mexicano contemporáneo. Hoy, el muralismo sigue siendo un peligro para las mentes más retrógradas que gobiernan este país.

Es común ver, en las nuevas generaciones de muralistas, artistas (afortunadamente no todos) que dentro de su mediocre lógica de la "lucha social" recurren hoy en día a los elementos indígenas como base e interpretación de lo que ellos entienden como "raíces". Reafirmando el concepto típico del colonialismo y el imperialismo actual. Este "indigenismo" barato es muy socorrido, incluso hay toda una escuela dentro de las instituciones de arte, dedicada a ello. Bajo la consigna de rescatar "nuestras raíces", se dedican a explorar más las formas plásticas en los símbolos que los contenidos.

Así, podemos ver por ejemplo, un Quetzalcóatl que por su forma siempre acabará adornando columnas o frisos, receta típica ante la falta de creatividad. O de plano y la más recurrente, al estilo Rivera, el indígena vendiendo flores o artesanías, con rostros de lamento y sumisión que los propios artistas confunden con dignidad. Rara vez vemos plasmado a un indígena trabajando la tierra o siendo uno con la madre tierra, ejemplo de un pensamiento y una cosmogonía muy superior a la triste ideología burguesa y ordinaria del poder y el Estado.

Pero la ignorancia puede superar cualquier ficción. Por encima de toda lógica podemos llegar a ver murales, sí henchidos de gracia y color, pero auténticas mamarrachadas pintadas para turistas, anacrónicas y erróneas. Indios Yaquis vestidos de aztecas, parados en Cuicuilco o Kukulcanes revoloteando entre Apaches y Comanches o Rarámuris haciendo sacrificios en los cenotes mayas. La ignorancia en un artista sí es un pecado, pero en un Gobierno, es un acto de traición.

Un hecho real es que el muralismo mexicano vive, permanece y es parte de nuestra cultura, pese a todos los intentos por negarlo o reducirlo a una época histórica. Hoy, los muralistas mexicanos seguimos enfrentándonos contra la ignorancia que fomentan los gobiernos que quieren reducir una de las expresiones plásticas más auténticas de México a sólo un pasaje de nuestro pasado artístico, escabroso y esporádico.

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