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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Mantarraya

Pedro Salvador Ale, el reinado del relámpago 

Por: Heber Quijano

La vida es el primer destello que descubrimos al amanecer, en el bocado, bebida, beso, o al abrir el libro. Pedro Salvador Ale lo llama relámpago; su reino es la vida misma. Los reinos del relámpago. Antología 1973-2003 nos deja agobiados quizá por las escasas separaciones versales, sintácticas, como si fuese escritura automática. Pero, rico en matices, podemos saltar de la escotilla para jugar con los tiburones.

La sinceridad poética siempre se agradece. Más allá del arrebato lírico, el furor emocional preciso, el trance humilde por la memoria desgarrada, festiva, erotizada, ganan más que la pirotecnia verbal, como en los poemas "Después de diez años", "Observa" o "Una carta olvidada en el bolsillo"; igual que la confesión de la combustión interna ("El amor es una ganzúa que abre las piernas más frutales", "la muerte juega al dominó con los besos", "el deseo es el único rostro que amo"); la reflexión introspectiva ("Esta noche en una botella cabe la vía láctea/ El tiempo está dentro del ataúd del río"); y el paraíso romántico de la infancia ("la infancia cruzó descalza entre los peces que se soltaban/ del anzuelo el fútbol y los goles del verano/ […] ese barrilete con los colores de Boca que ondeaba entre nubes", "uno nunca dejará de ser niño, ángel caído./ La razón es de los hombres. Confunden/ el paraíso con el oro", "Decir niñez es poblar las calles con alas, con lluvias, con resplandores", "La infancia es un espejo dentro de la cabeza").

En Navegaciones, la poesía es la única forma de vivir, de andar sin rumbo, a la deriva, ("Somos los navegantes que juegan a las cartas/ para engañar a las estrellas./ Entraremos en el sueño como ancianos al invierno, / el miedo es nuestro guía"), pues la muerte-Osa Menor señala la dirección ("En cada ola la muerte le toma el pulso al mundo"), pues "hacia el sur siempre es invierno".

La autofagia del náufrago retrata la angustia, el coraje y la orfandad del exilio ante la represión dictatorial, además de la añoranza terrible y hemorrágica del hermano, de la familia, de la patria misma a las orillas de La Plata ("Ábrame este costado izquierdo, arránqueme este puño/ que me late en el pecho, este pájaro que canta sangre"), y navega en todo el libro ("pero la tiranía de la que huían los extranjeros era cierta/ […]/ también me supe extranjero al contar tristes historias/ de libros quemados de cadáveres nadando en la sombra/ de muchachas violadas con el cañón de un fusil").

El alucinante viaje del afilador de cuchillos es la apología del poeta, de su relación con la poesía, de la acción creativa misma, y de todo ese "me quemo mucho más cuando escribo" del que hablaba Gilberto Owen, cuyo eco Pedro duplicaba: "Uno arde sin humo, sólo verdad en llamas", quien, como poeta, se queda con la terrible certeza de que "estamos juntos alrededor del fuego/ escribimos con cenizas/ la historia de este mundo", y nos sugiere otra, quizá más perturbadora: "El amor sí es un destino, quizá la única certeza".

Pedro Salvador Ale (2003), Los reinos del relámpago. Antología 1973-2003, Toluca, Norte/Sur

 

Comentarios: heberquijano@yahoo.com.mx

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