Mantarraya
Jardiel Poncela, el filo de la daga
Por: Heber Quijano
El género de los aforismos es quizá el más difícil de la labor literaria. En él se concentra el ingenio, la sabiduría y el oficio, la talacha pues. Si bien es muy recurrido por los escritores y pensadores, filósofos sobre todo, son pocos quienes sobresalen por la certeza y agudeza con que se desenvuelven en este género tan difícil. E. M. Cioran, Nietzsche, Schopenhauer y Kafka se encuentran en la cima; Pessoa y Canetti, un escalón más abajo. En la lengua española Enrique Jardiel Poncela es uno de los más grandes humoristas que haya dado la lengua española, donde Jorge Ibargüengoitia tiene un lugar preponderante.
Sin duda, Máximas mínimas y otros aforismos de Poncela contiene frases memorables sobre diversos temas. Su postura acerca del amor hace cómica cualquier imagen romántica de él y, como satirizaba Jaime Sabines, sobre todos aquellos que creen en el amor "como una lámpara de inagotable aceite:
Muchos de ellos tienen un dejo de depresión existencial, y otro tanto de ambición sexual de soltero adinerado: "El amor es una comedia en un acto: el acto sexual", "Los amores con los que se pretende limpiar los espíritus suelen no servir más que para ensuciar las sábanas", "El amor es el puente que va desde el onanismo hasta el embarazo".
Poncela definitivamente es un viejo lobo de mar; sabe con certeza la razón que da la experiencia. Sabe lo que definir la experiencia en sí misma: "Se llama experiencia a la cadena de errores", "Al hombre le falta justamente la experiencia que le sobra a la mujer", "La experiencia es una enfermedad que no se contagia". Con esa enfermedad supurándole en cada neurona y con toda la insidia con que escribe un satirista, Poncela entiende que el aceite del que viven la princesa de larga cabellera y el príncipe azul se acaba o de plano no enciende: "En amor lo de menos son los insultos; lo grave es cuando empiezan los bostezos", "En amor, cada ser que hiere a otro no hace sino vengar una herida anterior recibida en su propio cuerpo", "En amor, lo más difícil es coincidir en los ´horarios´", "Los problemas del amor se resuelven casi siempre con la ´regla de tres´".
Sobre las orillas exquisitas que confluyen en el amor y a veces lo disuelven, Poncela clarifica, como debe hacer un buen escritor, los hilos de la marioneta: "Al amor le excita el desenfreno; a la lujuria le excita la pureza", "El amor vive sobre la tierra; la lujuria es subterránea", "El amor es un sentimiento; la lujuria es una ley", "La lujuria tiene con frecuencia toda la grandeza que con frecuencia le falta al amor", "Hay siempre más fidelidad entre los seres unidos por la lujuria que entre los seres unidos por el amor".
Sobre el amor hay y habrá, por los siglos los siglos, mucho que decirse y que pensarse. Es el tema que más vueltas ha dado sobre nuestras cabezas, y el detonador más explosivo, porque "en la vida, veinte años pasan a veces sin dejarnos huellas, y quince días nos lo desmoronan todo por fuera y por dentro". Enrique Jardiel Poncela tiene razón, y logra decir con poco, lo que a veces no se logra entender, por muchas cicatrices que se sufran.
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