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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Las razones del diablo

 

Ferias del libro

Por: Dionicio Munguía J.

 

Por más que uno intenta no babear en los estantes de las ferias del libro, es una situación difícil, más aún si en tu presupuesto no hay un gasto contemplado para comprar libros (para quienes la lectura es un vicio mayor). Algo parecido me sucede cada que entro a los pasillos de una exposición librera, nacional o internacional, o regional o pueblerina, en realidad no importa, siempre y cuando haya libros en una mesa con la disposición de ser vendidos, intercambiados, sustraídos de buena o mala manera. La lectura, al menos en mi caso, es una necesidad urgente, mayor incluso que respirar. Según algunos, estos son los síntomas que padece un vicioso irredento: ansiedad, sudoración excesiva, falta de respiración, inquietud extrema en las manos, ojos saltados, baba que brota incontrolable cuando descubre un clásico, moderno o antiguo que no se encuentra en los estantes de la biblioteca personal.

Parece exagerado, y posiblemente así sea, pero algunos de los síntomas antes descritos suelen sucederme de manera constante, incluso cuando estoy en una banqueta, discutiendo con un vendedor de libros que no tiene la menor idea de lo que vende. Son esas ocasiones mínimas las que conforman mi carácter. Suelo enfurecerme cuando maltratan un libro; me parece una falta de respeto el rayarlo, hacer acotaciones en los márgenes, deshojarlo para quitar un fragmento interesante o romperlo simplemente por hacerlo. Quizá mis libros no estén bien cuidados, porque un libro nuevo es un libro sin leer, y los míos, al menos la gran mayoría, no son precisamente nuevos, sino maravillosamente leídos. Eso es lo que siempre he intentado inculcarle a mi hija.

Y cada día que pasa me sorprende la cantidad de gente que no ha leído un libro por placer, que no se ha perdido por horas en los pasillos de una feria del libro, preguntando por precios, novedades editoriales, rarezas, infantiles comunes o no muy comunes, cuentos juveniles recientes o clásicos de todos los tiempos, obras maestras con siete traducciones que cada librero elogia, portadas maravillosas o ediciones de lujo que por sí mismas se transforman en obras maestras, ediciones marginales y no tanto, autores reconocidos y desconocidos que vagan, igual que cualquier simple mortal, haciendo exactamente lo mismo. Algunos salen con bolsas llenas de libros, otros con los brazos y los brazos de amigos que, resignados, acompañaron al interfecto a darse una vueltecita antes de ir al antro (cosa muy rara, por cierto). A veces está el universo ahí, a veces sólo una pequeña galaxia.

En los años que tengo de vida (sobre todo los últimos treinta años), los libros han tenido un papel preponderante en mi entorno natural. No me veo viviendo en un lugar donde no exista al menos un libro. Donde no se acumulen filas y filas de periódicos, revistas, libros viejos o libros nuevos, prestados o escamoteados de sitios donde sólo los tienen como adorno. He dirigido algunos comandos de extracción de la zona enemiga, para rescatar a más de un autor interesante, importante, necesario o, algunas veces ha sucedido, irrelevante.

Sí, soy un vicioso, tengo que reconocerlo. Padezco de ese mal "que cuece los celebros", dice el Quijote, pero que permite disfrutar cada feria del libro, como la que sucede cada año en Guadalajara, Monterrey, Distrito Federal, Hamburgo, Medellín, Brasilia, Buenos Aires, Montevideo, etcétera, etcétera, etcétera. Y mientras esto suceda y mi vicio siga existiendo, recorreré con placer los pasillos de una feria del libro, discutiré con el librero, me dejaré sorprender por un sabiondo, asistiré a conferencias de reconocidos escritores o lecturas de desconocidos pergeñadotes de la literatura, porque para eso están las ferias del libro, para conocer.

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