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IMPULSO Estado de México || Sección Cultural

Las razones del diablo

Las razones del diablo 27 años

Por: Dionicio Munguía

Hace veintisiete años, por estos días, todavía no digería la noticia de su muerte. Veía a mis compañeros de escuela, los que sabían de su existencia, con la pesadumbre encima. Y no fue fácil aceptar los hechos, ver, por ejemplo, el rostro del asesino en la televisión, oír las canciones en el radio y ver las películas de los Beatles en televisión. Tiempo después escribiría el primero de los 26 poemas que he escrito hasta el momento de escribir esta nota. Así de intensa fue la noticia dada el 8 de diciembre de 1980, el día que nació mi sobrina Vanessa un año antes, un día común y corriente para otros, pero difícil para algunos.
Ahora vemos otras cosas. Hemos crecido en los años y en experiencia. Buscamos nuevas alternativas sonoras o investigamos en el pasado para intentar comprender el presente. Por nada del mundo olvidamos esta fecha y aunque a veces la postergamos, siempre se hace algo, se dice algo, se piensa algo. Establecemos prioridades y deseos. Tengo una hija que tardará mucho en darse cuenta de mi héroe, pero quizá algún día ella continúe con la idea que tuve ese 9 de diciembre de 1980, al mediodía, cuando la noticia corría por los pasillos de la escuela.
A la distancia voy comprendiendo las cosas. Fueron ciertas las lágrimas, el sollozo lastimero, la guitarra que lloraba en un hueco de la escalera. Fue cierto el sentimiento que nos embargó con las horas después de la salida y cómo nos fuimos acercando al parque para intentar el homenaje espontáneo, cantar dos o tres canciones, a lo mejor un discurso cursi o palabras sueltas.
No todo eso ocurrió. Algunos despistados llegamos al parque, traían una playera con la imagen de Lennon (aún conservo esa playera, toda rota y descosida, cayéndose a pedazos, pero que tiene una carga emocional muy grande). Otros traían al ristre una grabadora, la guitarra, el cancionero donde venían las letras de sus canciones. Hubo alguien que llegó con un póster gigante, de aquellos que salían en la revista Conecte, hoy desaparecida. Y sí, nos quedamos ahí hasta que oscureció y uno a uno nos retiramos con la certeza de haberle hecho un homenaje a John Lennon. Han pasado veintisiete años de aquella tarde. Han aparecido más canas en mi cabeza y mis pies ya no son lo mismo. Veo mal, a medias, y mis dedos se engarruñan de vez en cuando sobre el teclado de la computadora. Pero aún así, firme en mis convicciones, sigo escribiendo el poema para Lennon. No sé si algún día los publicaré, es más, creo que ya se perdieron algunos, pero aunque la memoria me falle, si tengo que hacerlo, los escribiré nuevamente.
Así esto de creer en un héroe de la clase trabajadora. Veintisiete años después, descansa en paz, querido John.

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